
Hoy escucho dos momentos de memoria, como líquidas escenas van y vuelven, indistintas originan este texto. Uno es la frase de un amigo. Comentada en la breve descripción de mí mismo en este blog. Tú quieres estudiar el lenguaje para saber qué pedo con la poesía. El otro momento es con uno de los grandes amores de mi vida. Ayer me dice. Cómo ha cambiado tu forma de escribir, como que antes estabas enojado o algo así. Estas dos frases me hicieron pensar en un pequeño reto, el de expresar en breves palabras el transcurso de estos años en la forma de mi respuesta a la pregunta ¿qué pedo con la poesía?
Tres figuras recurrentes hay en los ensayos, las reseñas y la poesía sobre la poesía. Una la recuerdo mejor con Rimbaud. Donc le poète est vraiment voleur de feu (entonces el poeta es realmente ladrón de fuego). Las otras dos son casi obligación de nuestra plataforma metafísica, esa hecha con los palos de los muebles de la realidad perdida, una vez abierta la cajita de huracanes de los versos pero, sobretodo, de los infiernos de los versificadores. El poeta es doble de sí mismo, la poesía nace de la batalla interna. Por otra parte, la poesía es distinta a la realidad. El poeta suspende su persona para encontrar su horizonte. Su horizonte es él, pero ya sin nombre de persona, ya esencia de persona resonando en el drama vertical del mundo.
A la manera de la Poética de Bachelard, el Arco y la Lira de Paz y el Ángel Necesario de Massimo Cacciari, hablar de poesía parece imantarse como es inevitable a los metales. Surgen versos, retórica de la ensoñación, estética del agua distinguiéndose del agua y también como Lezama Lima, no hay forma de afirmar al mundo poético tal como se afirman las cosas de este mundo. Ahí está la puerta de la calle. La sandía que me pediste la dejé sobre la tabla de picar.
Hoy lo veo así. Nadie es realmente doble de sí mismo. La batalla se lidia entre la lengua escrita y la experiencia. Caballo desbocado de toda percepción de los sentidos, sujeto como broma por un listón de seda. Poco hacen las palabras con la vida, casi nada con aquellos que saltan por la barda. Sí. La poesía nace de un más (+), por decir lo menos. Pero no es un más allá sino un más acá. Una observación atenta de la flor revela en otra dimensión (de las muchísimas) que una rosa es una rosa es una rosa es una rosa. La realidad de prometeo era + fuego. La metáfora señala a esa extra-percepción donde la urdimbre de la vida se deja ver en un ángulo espontáneo de la luz. Hay algo más. El poeta quiere poseerlo, pero no puede, está en el mismo mar donde el agua no es de nadie.
Entonces las batallas son dos y una. Es cierto el forcejeo por conocer un paraje, una danza, otra belleza distinta a la palabra belleza y sus tantas oraciones dedicadas. No poderlo decir, no encontrar cómo decirlo. Ponerla en rostros conocidos, rostros nuevos. Buscarla en brazos o piernas o recónditos lugares. Turismo espontáneo, baile sin guión, beso de alas de cera. No podemos poseer la partitura, ese florecer irrepetible siempre está tocándose. Desaparece con la alerta de algún observador que lo razona.
La poesía, su ámbito, su espina, su motor es prisma lingüístico de la aparente media luz. Iluminando un cotidiano y material reloj de arena. No está en otro lugar, no es ficción (a menos que contenga dragones y marcianos). Es idéntica al poeta que es el agua interesada en ella misma, descubriendo un agua inmensa como el cuerpo sin principio. El mar para la ola. El mar para las otras olas. Un todo inexpresable en palabras de corte y confección de la cultura. De la persona histórica, del vicio de carácter. Perdido y reencontrado. El drama de la ola no es del mar, pero el afán de embotellarlo no termina.
Tres figuras recurrentes hay en los ensayos, las reseñas y la poesía sobre la poesía. Una la recuerdo mejor con Rimbaud. Donc le poète est vraiment voleur de feu (entonces el poeta es realmente ladrón de fuego). Las otras dos son casi obligación de nuestra plataforma metafísica, esa hecha con los palos de los muebles de la realidad perdida, una vez abierta la cajita de huracanes de los versos pero, sobretodo, de los infiernos de los versificadores. El poeta es doble de sí mismo, la poesía nace de la batalla interna. Por otra parte, la poesía es distinta a la realidad. El poeta suspende su persona para encontrar su horizonte. Su horizonte es él, pero ya sin nombre de persona, ya esencia de persona resonando en el drama vertical del mundo.
A la manera de la Poética de Bachelard, el Arco y la Lira de Paz y el Ángel Necesario de Massimo Cacciari, hablar de poesía parece imantarse como es inevitable a los metales. Surgen versos, retórica de la ensoñación, estética del agua distinguiéndose del agua y también como Lezama Lima, no hay forma de afirmar al mundo poético tal como se afirman las cosas de este mundo. Ahí está la puerta de la calle. La sandía que me pediste la dejé sobre la tabla de picar.
Hoy lo veo así. Nadie es realmente doble de sí mismo. La batalla se lidia entre la lengua escrita y la experiencia. Caballo desbocado de toda percepción de los sentidos, sujeto como broma por un listón de seda. Poco hacen las palabras con la vida, casi nada con aquellos que saltan por la barda. Sí. La poesía nace de un más (+), por decir lo menos. Pero no es un más allá sino un más acá. Una observación atenta de la flor revela en otra dimensión (de las muchísimas) que una rosa es una rosa es una rosa es una rosa. La realidad de prometeo era + fuego. La metáfora señala a esa extra-percepción donde la urdimbre de la vida se deja ver en un ángulo espontáneo de la luz. Hay algo más. El poeta quiere poseerlo, pero no puede, está en el mismo mar donde el agua no es de nadie.
Entonces las batallas son dos y una. Es cierto el forcejeo por conocer un paraje, una danza, otra belleza distinta a la palabra belleza y sus tantas oraciones dedicadas. No poderlo decir, no encontrar cómo decirlo. Ponerla en rostros conocidos, rostros nuevos. Buscarla en brazos o piernas o recónditos lugares. Turismo espontáneo, baile sin guión, beso de alas de cera. No podemos poseer la partitura, ese florecer irrepetible siempre está tocándose. Desaparece con la alerta de algún observador que lo razona.
La poesía, su ámbito, su espina, su motor es prisma lingüístico de la aparente media luz. Iluminando un cotidiano y material reloj de arena. No está en otro lugar, no es ficción (a menos que contenga dragones y marcianos). Es idéntica al poeta que es el agua interesada en ella misma, descubriendo un agua inmensa como el cuerpo sin principio. El mar para la ola. El mar para las otras olas. Un todo inexpresable en palabras de corte y confección de la cultura. De la persona histórica, del vicio de carácter. Perdido y reencontrado. El drama de la ola no es del mar, pero el afán de embotellarlo no termina.