Escuela de Ciencias Antropológicas,
Universidad Autónoma de Sinaloa
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Desde el cielo

2/26/2017

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     El miércoles pasado viví, experimenté, estuve presente en la sesión del ocaso de la obra de Turrell, The Encounter. Un encuentro, nos explicó el guía, con nosotros mismos, con nuestra propia labor de colorear el cielo. Me pareció una gran idea, semejante a las  meditaciones guiadas por una suave voz a la que confiamos el viaje, proponer variaciones en los tonos de la luz para mantener nuestro interés. La expectativa, según lo narra el video introductorio, es revelar la capacidad de un intermediario, la estructura concebida por el artista californiano, de modificar la forma en la que miramos el cielo.
    Dentro de la obra, una fila de bancas se despliegan a lo largo de su elíptica figura. Podríamos todos sentarnos en ellas y tornar la mirada hacia arriba, a la ventana circular por donde miraremos el cielo durante aproximadamente 45 minutos. El guía sugiere, no obstante, recostarnos sobre el suelo negro de granito. La mayoría lo hacemos. Ya en posición, el optimismo lentamente se transforma en perplejidad, en comentarios mentales (en mi caso) del tipo “¿esto es todo?”, “¿realmente me voy a quedar aquí durante todo el tiempo?”, “¿cómo se van a sentir 45 minutos inmóviles, mirando lo mismo?”, “¿y si yo no veo nada especial? ¿voy a fingir?”. “Esto está super loco”, “¿es arte?”, “no es para mí”.
    Y sí, los minutos pasan larguísimos mientras la atmósfera se torna un reto. Un a ver quién se mueve primero, a ver qué vaticinios se cumplen a cabalidad. Esos que trajeron niños se van a tener que salir. Los gringos no van a aguantar, les gustan las galerías elegantes o al menos que hayan sido hippies, pero se ven fresones… y de pronto, una voz, emergente y permanente dice. Turrell sabía todo esto ¿no crees? ha hecho un montón de estos skyviews ¿no pusiste atención al video introductorio? Entonces… vas o no vas a hacerlo y ya!    Para qué le das tantas vueltas.
    En fin, acostumbrado a observar mi diálogo interno y poder volver a mi respiración con relativa facilidad después de tantos años de practicar Meditación Zen, pasé (después de cerrar el grifo de mi diatriba chismosa y autocrítica) unos 40 minutos maravillado con las posibilidades de la consciencia, de la experiencia, de la percepción. Mientras contaba mi respiración dos dedos debajo de mi ombligo, unooooo, dooooooooos, treeeeeeeeeees... Imagínate, me decía por momentos, si de verdad, como los indios Sioux de norteamérica o los aborígenes australianos, saliera proyectado por ese círculo en el centro de la estructura tipo “platillo volador” y viera todo desde el cielo. El término skyview adquiriría un significado verdadero no “un lugar para ver el cielo”, sino “una experiencia para verlo todo desde el cielo”. Más que la posibilidad, me entretuvo mi convencimiento, mi certeza de una experiencia accesible, inmediata.


Lo recomiendo ampliamente.

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Pienso el rumbo, luego soy camino

2/11/2017

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“Para mí era un maestro en el sentido más noble de la palabra: un maestro por los saberes que dominaba, por la seriedad de sus reflexiones, por la cautela que ponía siempre en no caer en ningún dogmatismo, ni siquiera el de las causas que él mismo defendía.”

Sobre Tzvetan Todorov,
Antonio Muñoz Molina



    Curiosamente coinciden las notas de mi paso por el tiempo (una forma de apropiar este sendero y no decir “el tiempo pasa por nosotros”), en sentido literal notas mentales o escritas en pantalla o con la mano. Coinciden. Es decir vienen doblándose en un mismo sentido hasta parecer la flor cerrada al culminar la cuenta en un atardecer. El epígrafe de arriba fue un curioso despertar a una sola voz, la de todos los creadores reflexivos, hombres de su tiempo y de su espacio. Siempre he dicho lo dicho por Tzvetan. Todo dogmatismo es un error. Una caída. La consecuencia de pulir en demasía el suelo donde piso, una oda al fundamento, un sabotaje en la forma de sendo resbalón y madrazo en seco. ¡Suelo! Podrían gritar algunos.
    Pero del cliché de las caídas nace, como de la costilla adánica el momento de ponerse en pie de nuevo. Así nuevo y nuevamente en pie, podemos elegir otro camino o bueno el mismo si queremos. Eso pasa.
    Hoy estuvimos conversando en Cuadrante Creativo, un espacio presentado como geometría euclidiana pero en realidad orgánico círculo del diálogo. El tema fue activismo y arte o “artivismo” un portmanteau (palabra compuesta indivisible) que representa y habla por las ideologías de los márgenes. Por las causas conferidas a la sombra, desde el centro, de dónde más, desde el poder pues ¿si no cómo le decimos?
    Nuestro intercambio ha sido en sí un estar activos, entre la crítica de todos los discursos y la definición de las palabras, las muestras fehacientes de semillas de cambio sembradas en tierra baldía (en el sentido T. S. Eliot de la frase). El arte comunica, es lenguaje desdoblado, y lenguaje al fin y a los principios del mensaje. Ser activistas es movilizar los cuerpos en su justa polisemia, en colectivo, “el arte por el otro, para el otro, con el otro” dice un gráfico de El Dante y de Gran Om (paráfrasis onírica).
    Y sí, confrontamos la crítica de afuera y desde adentro, desde los márgenes y el centro, la identidad repuesta y la política indispuesta. Occidente, septentrión y meridión. Hablamos acerca de hacer visibles las causas, las vidas, las muertes, las agresiones físicas, la carga discursiva de la rabia. En el fondo coincidimos en valorar, por sobre el baile borroso de las categorías, el hacer y el decir en el sitio donde vale recomponer los símbolos y el rumbo. Las acciones sólo reproducen el fantasma del centro con el rostro del margen si son irreflexivas. La reflexión es ectoplasma puro sin el contacto de las manos que se tienden entre sí, de los pies acompasados en la marcha, de las voces denunciantes y cantantes. Nunca la belleza (a decir de Luis Eduardo Aute) debería hundirse en el asfalto, no hay mejor indicador de la desesperanza del vencido que el despojo del ánima del arte y la poesía de los pueblos.
    El arte es compañía fundamental del caminar pausado y la carrera intensa de las voces disidentes, porque recuerda el error que es la vida sin los colores vívidos de todos los momentos compartidos. Escuchar, sentir, ver el conflicto de los otros abre un nosotros pálido, incipiente, pero con potencial de prender fuego a la ignorancia. No se trata de acabar con nuestros símbolos, se trata de decirnos juntamente “tenemos el derecho a cavar muy en el fondo y cambiar cada cimiento”. Podemos ser y no podemos remediarlo. Pero podemos olvidarnos en el reduccionismo de la identidad pirata de este siglo, que somos y no soy, tan solamente. Y para ser así, en realidad, no se trata de encontrar grandes respuestas sino dejar caer pequeños muros. Como el del Berlín a martillazos, el diálogo asesta varios golpes al encierro, hacer por ti quebranta la estructura del mercado. Hacer por cada uno haciéndolo por todos, deshace la semántica oficial resumida en  “sepáralos y véndeles barreras con la moda y el escándalo del circo”. El yo nunca será otro, mientras todo sea por mí, conmigo y para mí.
Lógica impecable como la de Tzvetan Todorov. Curiosamente el viento mueve en danza a los papeles vagos de mis notas. Parecen la versión minimalista de una coreografía tan clásica como notar de pronto un hilo conductor en nuestras vidas. El dogma es un error mientras la vida acierta a dialogar constantemente. Nada es definitivo. Por eso la foto del agua no fluye entre las rocas, ni el mapa de las calles tiene gente caminando sobre él...


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Nuestro papel en esta oscuridad

2/6/2017

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“Ninguno de los copos de nieve en la avalancha
se siente responsable…”


--Stanislaw Jerzy Lec

Inspirado, o mejor dicho, montado sobre el artículo de Rabih Alameddine en The New Yorker, la excelente revista del New York Times, aprovecho para hilar las ideas revoloteantes de estos días. Estoy de acuerdo con él. Todos los discursos surgidos desde la crítica que no se ve a sí misma hacen el ruido del tic-tac de una lógica rota o un vehículo en rápida fuga de la realidad jodida que arrastra el escape y saca chispas contra el pavimento gris. Palabras más palabras menos, está en el espíritu de nuestra mirada juiciosa la frase “somos mejores que esto”, somos mejores que los hechos, esto nos sucede de manos de ladrones demagogos, de estereotipos violentos, de líneas divisorias.

Igual que Rabih, inmigrante de Líbano, refugiado de la guerra civil y activista, creo en el  urgente llamado a tomar responsabilidad de nuestros actos. Basta revisar la historia reciente de Estados Unidos para darse cuenta, dice, que Trump y su gabinete extremista no son aberraciones, sino productos regulares de la canasta básica de aquel país. Basta revisar la dinámica de nuestras interacciones, el contenido de nuestros discursos, el fiel de nuestra balanza, la brújula guía de cada intención expresada, para reconocer que no, no somos mejores que la discriminación, que el abuso de poder, las mentiras, la corrupción, la violencia y la terrible confianza. Estamos heridos y, como reza el viejo adagio, las personas lastimadas, lastiman (hurt people, hurt).

El llamado a darnos cuenta, copo a copo, el papel jugado en la avalancha, es el necesario despertar. No somos mejores que esto, somos esto. Tenemos lo dado, vivimos lo sembrado. La calidad de cada uno de nosotros es idéntica a nuestras acciones, a nuestras palabras, no existe el idealismo hueco del potencial perdido “México es un gran país en manos de corruptos”, “los mexicanos somos buenos, pero nos tienen oprimidos”, “él es cariñoso, pero no lo sabe expresar”, “me ama, pero no tiene madurez emocional”, “cuando se acabe el estrés, te voy a compensar”, “me importas, pero estoy muy ocupado”, “eres lo mejor de mi vida, pero yo estoy primero” ¿Qué droga en la forma de lo cotidiano nos permite vivir en un sistema de creencias tan contradictorio, tan sin sentido, tan sin consciencia?

Tenemos los que somos. No tenemos que ser así. El primer paso es un crítico salto a la gruta donde Narciso contempla su rostro, alias el siglo XXI. En algunos textos budistas se dice que hay tres venenos: la ira, la ignorancia y la codicia. Lo que esos venenos matan es la posibilidad de caminar todos juntos, en diversidad y empatía, en infinitas distinciones y una profunda comunión. Traducidos a las acciones cotidianas, tenemos tres formas de reproducir violencia, discriminación, resentimiento (el mismo demonio de nuestras heridas y el miedo a ser heridos). Podemos rechazar con ira, agredimos cuando algo es diferente o demasiado familiar. Podemos ignorar  fríamente a quien tenemos a un lado, la indiferencia nos protege de madurar y encargarnos del pedazo de universo que nos toca. Somos una cultura del deseo, al querer peleamos con lo que otros quieren. Codiciamos a alguien y en la búsqueda de tenerlo para no estar solos (para no vernos directamente a los ojos), en la ansiedad de controlar al otro, golpeamos en los límites de la tolerancia cultural y más allá.

Estos canales son la fuente de cada división, de cada asimetría, de cada intento por borrar las diferencias. Por eso siempre repintamos los moretones básicos del débil y del fuerte, nos debemos a ellos, es el miedo el capitán de la nave y la costumbre la marea, la tormenta marítima es mi crisis, cada vez que me acuerdo de mi mortalidad relampagueante.

Podríamos solo aprender a hablar, comunicar y actuar en consecuencia. Desempolvar la consciencia colectiva. Reactivar el sentido del tacto y no combatir fuego con fuego. Pero mientras las voces y las causas, las tuyas y las mías, estén sembradas en el lodo, siempre serán corrientes no potables. Siempre se tratará de odiar a alguien. Ignorar a los demás. Seguirnos codiciando como dadores de placer, felicidad o protección, porque inventamos que tenemos huecos que llenar. Casi todos los discursos son una cobertura del vacío. Salada o dulce o combinada. Pero bah! somos mejores que esto. Si miráramos de cerca, veríamos en esa negra noche intimidante, nuestros párpados cerrados en un clóset sin fantasmas. Solo hay niños que se niegan a limpiar su propio cuarto.


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Viñeta Etnográfica

2/2/2017

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Apegada al silencio, como las Iglesias de todas las memorias, la de Quilá se abría despacio entre las nubes de nuestro propio desvelo. En el orden del olor a cemento domesticado y losas de cerámica fría, entramos para ocupar un lugar en la contemplación sin dueño. Un hombre sesteaba la noche de estruendos metálicos de tambora y luces, sobre una banca de madera, mientras su celular se cargaba colgado con cable blanco de la pared del interior de la iglesia. Lugar variopinto de fieles, infieles, refugiados, conscientes y perdidos, el altar era un muestrario de cada posibilidad de combinar dos o tres tipos de flores en patrones y jarrones de formas chicas y grandes. Espectáculo de tiempo. La historia de cada arreglo, de cada cuenta regresiva, de la elegancia pretendida para la fiesta de la candelaria.

A las 6 de la mañana, un día frío de 13 grados centígrados crudos de invierno en despedida, curtidos por los riachuelos de inmundicia que la calle adornaba como jolgorio restante, como la sangre de un solo estruendo que la noche anterior derramó entre sus mayores explosiones. Una de ellas, la mayor probablemente, las mañanitas a la Virgen tocadas por la banda Tierra Blanca. Tocadas por esa banda, digo, porque se podían leer sus intenciones venerables al estar todos los músicos volteadas a la entrada desde al atrio lateral, con la luna creciente en el cenit y todas las demás bandas tocando al mismo tiempo. Dodecafónica selva. Gritos formados de tubas, percusiones, clarinetes y oboes, un cantante ocasional pero inaudible.

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            Llegadas las 7 am, más personas, menos ruido. Un hombre con medalla al cuello de listón rojo y blanco, uno de otros tres que pude ver, inauguró el rosario en presencia de la Vírgen de casa y la Vírgen viajera (con sombrero distintivo). Cada persona entrante hacia una reverencia de pie, bajando la cabeza y el torso, con las manos cruzadas al nivel de la cintura o a los costados. El padre nuestro cayo como un anuncio de cambio de ánimo en el amanecer de aroma inconfundible. Gorditas de nata, tacos de carne, churros y plátanos fritos, elotes, esquites, rebanadas rojas de salchicha, quesadillas. Todos los puestos dormidos, cubiertos como casas de campaña, las lonas de un solo color o con diseños a go go, estriadas o de grabado en formas geométricas. Si la luz blanca es fundición del arcoiris, esa mañana era baile de toda la comida pasada y presente.


            Después del padre nuestro un ave maría despertó a la banda sola, a cimbrar la madrugada. Entonces el monólogo devoto con ocasionales coros desbancados, de observación participante o de inmersión espiritual, se convirtió en la sinfonia de un compositor anónimo y brillante. Las campanadas de la iglesia en bajo continuo, el rezo en Do Mayor, los metales de la banda en contrapunto. Barroco en esencia, romántico en presencia y contemporáneo en suma. Este concierto involuntario de todas las maneras de festejar  a la patrona de las velas, conjunta realidades dogmáticas y perspectivas alcohólicas con miradas absortas en la tradición sin fondo e intenciones académicas aún con deudas teóricas.

            Nunca hubiera imaginado el baile de la adoración divina, entre un borracho con el rostro de cualquiera y la dama de la oscuridad de oro de la iglesia. En mi imaginario cazador de irreverencias, el silencio era la única respuesta positiva al rezo. Pero en esta dimensión de los excesos, encuentro que el aturdimiento es también una manera de callar. De mostrar respeto.

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    Yo

    Este blog es para mí una hoja de escritura. Me gusta escribir desde siempre y el tiempo se deja caer de una forma sutil en las palabras. La poesía es mi forma favorita, aunque es cadencia y color más que forma. Un amigo me dijo que había estudiado lingüística para entender poesía, ahora creo que trataba de entenderme a mí mismo para abrirme al verso. Hoy tengo una pasión que rima, opina, se queja y da la vuelta. Bienvenida tu voz en estas frases.

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