
Uno piensa que después de tantas acometidas
ya nada duele y sin embargo…
En la vida no debería pasar nada pero todo
está ocurriendo siempre.
Si yo fuera la noche volvería a suceder.
“Secuelas al otro lado del otoño”
Héctor Enrigue
A la pregunta obvia Héctor ¿por dónde andarás? Le sigue una respuesta incógnita como recargada en un poste de luz, a las tres de la mañana de otro reloj sin experiencia en el cortejo de la noche.
Tal vez eres el símbolo de la Roma y la Condesa envueltas en humo de azúcar, un poco amargo y sólo un poco cierto. Tal vez ese pasado de viñetas ágiles pero de borrosos bordes, conjuga en ti su acción precaria de mantenerse a flote. Será que a veces sí te extraño.
La última vez que platiqué contigo, eras un artesano en formación, como si fueras a rentar un local sobre Alfonso Reyes, cerca del Agapi Mu, y vender poemas hechos con pedacería de losas clásicas, a las señoras de polanco que descubrían el kitsch como redescubrir a México pero de importación francesa. Ahora, me esperaba, una edición de antología de tus viajes favoritos por alguno de los círculos de Dante. No te encuentro. El internet presume ser un instrumento de espionaje al alcance de cualquiera. Pero en alguna táctica elusiva de poeta te has cubierto con la manta tornasol de Harry Potter.
Eres tan algebraico en tu afán de esconder las referencias a todos los rincones sabihondos de tu herraje. Y sin embargo te leo y no hay duda. He vuelto a otras añoranzas y me reciben con figuras de cartón que imitan al pasado y luego caen al primer viento de aceptación ingenua. Nada es cierto Héctor Enrigue. Mi novia de la prepa ya no es ella. En Álvaro Obregón apenas reconozco los caminos de las noches embriagadas de la constelación de calles húmedas y rojas. Pero te leo y encuentro una constante. Como la gravedad, sigues siendo el poeta que sabe caer, sobre los montones de hojas ocre, desparramadas sobre el suelo las ilusiones secas.
Yo no he podido decir como tú que eres la antártida, un desierto ignoto, un huracán sobre el Caribe, una tempestad en el Índico. Ahora creo tener la edad que tenías tú la última vez que nos tomamos un Lancers en el María Bonita. Sólo quería decirte eso. Aprendo de ti el arrojo de los faros de un coche que ilumina las ventanas en un blanco repentino. No es su casa, está sólo virando en otra dirección. Pero, por un instante, parece que ha llegado para irse.
ya nada duele y sin embargo…
En la vida no debería pasar nada pero todo
está ocurriendo siempre.
Si yo fuera la noche volvería a suceder.
“Secuelas al otro lado del otoño”
Héctor Enrigue
A la pregunta obvia Héctor ¿por dónde andarás? Le sigue una respuesta incógnita como recargada en un poste de luz, a las tres de la mañana de otro reloj sin experiencia en el cortejo de la noche.
Tal vez eres el símbolo de la Roma y la Condesa envueltas en humo de azúcar, un poco amargo y sólo un poco cierto. Tal vez ese pasado de viñetas ágiles pero de borrosos bordes, conjuga en ti su acción precaria de mantenerse a flote. Será que a veces sí te extraño.
La última vez que platiqué contigo, eras un artesano en formación, como si fueras a rentar un local sobre Alfonso Reyes, cerca del Agapi Mu, y vender poemas hechos con pedacería de losas clásicas, a las señoras de polanco que descubrían el kitsch como redescubrir a México pero de importación francesa. Ahora, me esperaba, una edición de antología de tus viajes favoritos por alguno de los círculos de Dante. No te encuentro. El internet presume ser un instrumento de espionaje al alcance de cualquiera. Pero en alguna táctica elusiva de poeta te has cubierto con la manta tornasol de Harry Potter.
Eres tan algebraico en tu afán de esconder las referencias a todos los rincones sabihondos de tu herraje. Y sin embargo te leo y no hay duda. He vuelto a otras añoranzas y me reciben con figuras de cartón que imitan al pasado y luego caen al primer viento de aceptación ingenua. Nada es cierto Héctor Enrigue. Mi novia de la prepa ya no es ella. En Álvaro Obregón apenas reconozco los caminos de las noches embriagadas de la constelación de calles húmedas y rojas. Pero te leo y encuentro una constante. Como la gravedad, sigues siendo el poeta que sabe caer, sobre los montones de hojas ocre, desparramadas sobre el suelo las ilusiones secas.
Yo no he podido decir como tú que eres la antártida, un desierto ignoto, un huracán sobre el Caribe, una tempestad en el Índico. Ahora creo tener la edad que tenías tú la última vez que nos tomamos un Lancers en el María Bonita. Sólo quería decirte eso. Aprendo de ti el arrojo de los faros de un coche que ilumina las ventanas en un blanco repentino. No es su casa, está sólo virando en otra dirección. Pero, por un instante, parece que ha llegado para irse.