
El miércoles pasado viví, experimenté, estuve presente en la sesión del ocaso de la obra de Turrell, The Encounter. Un encuentro, nos explicó el guía, con nosotros mismos, con nuestra propia labor de colorear el cielo. Me pareció una gran idea, semejante a las meditaciones guiadas por una suave voz a la que confiamos el viaje, proponer variaciones en los tonos de la luz para mantener nuestro interés. La expectativa, según lo narra el video introductorio, es revelar la capacidad de un intermediario, la estructura concebida por el artista californiano, de modificar la forma en la que miramos el cielo.
Dentro de la obra, una fila de bancas se despliegan a lo largo de su elíptica figura. Podríamos todos sentarnos en ellas y tornar la mirada hacia arriba, a la ventana circular por donde miraremos el cielo durante aproximadamente 45 minutos. El guía sugiere, no obstante, recostarnos sobre el suelo negro de granito. La mayoría lo hacemos. Ya en posición, el optimismo lentamente se transforma en perplejidad, en comentarios mentales (en mi caso) del tipo “¿esto es todo?”, “¿realmente me voy a quedar aquí durante todo el tiempo?”, “¿cómo se van a sentir 45 minutos inmóviles, mirando lo mismo?”, “¿y si yo no veo nada especial? ¿voy a fingir?”. “Esto está super loco”, “¿es arte?”, “no es para mí”.
Y sí, los minutos pasan larguísimos mientras la atmósfera se torna un reto. Un a ver quién se mueve primero, a ver qué vaticinios se cumplen a cabalidad. Esos que trajeron niños se van a tener que salir. Los gringos no van a aguantar, les gustan las galerías elegantes o al menos que hayan sido hippies, pero se ven fresones… y de pronto, una voz, emergente y permanente dice. Turrell sabía todo esto ¿no crees? ha hecho un montón de estos skyviews ¿no pusiste atención al video introductorio? Entonces… vas o no vas a hacerlo y ya! Para qué le das tantas vueltas.
En fin, acostumbrado a observar mi diálogo interno y poder volver a mi respiración con relativa facilidad después de tantos años de practicar Meditación Zen, pasé (después de cerrar el grifo de mi diatriba chismosa y autocrítica) unos 40 minutos maravillado con las posibilidades de la consciencia, de la experiencia, de la percepción. Mientras contaba mi respiración dos dedos debajo de mi ombligo, unooooo, dooooooooos, treeeeeeeeeees... Imagínate, me decía por momentos, si de verdad, como los indios Sioux de norteamérica o los aborígenes australianos, saliera proyectado por ese círculo en el centro de la estructura tipo “platillo volador” y viera todo desde el cielo. El término skyview adquiriría un significado verdadero no “un lugar para ver el cielo”, sino “una experiencia para verlo todo desde el cielo”. Más que la posibilidad, me entretuvo mi convencimiento, mi certeza de una experiencia accesible, inmediata.
Lo recomiendo ampliamente.
Dentro de la obra, una fila de bancas se despliegan a lo largo de su elíptica figura. Podríamos todos sentarnos en ellas y tornar la mirada hacia arriba, a la ventana circular por donde miraremos el cielo durante aproximadamente 45 minutos. El guía sugiere, no obstante, recostarnos sobre el suelo negro de granito. La mayoría lo hacemos. Ya en posición, el optimismo lentamente se transforma en perplejidad, en comentarios mentales (en mi caso) del tipo “¿esto es todo?”, “¿realmente me voy a quedar aquí durante todo el tiempo?”, “¿cómo se van a sentir 45 minutos inmóviles, mirando lo mismo?”, “¿y si yo no veo nada especial? ¿voy a fingir?”. “Esto está super loco”, “¿es arte?”, “no es para mí”.
Y sí, los minutos pasan larguísimos mientras la atmósfera se torna un reto. Un a ver quién se mueve primero, a ver qué vaticinios se cumplen a cabalidad. Esos que trajeron niños se van a tener que salir. Los gringos no van a aguantar, les gustan las galerías elegantes o al menos que hayan sido hippies, pero se ven fresones… y de pronto, una voz, emergente y permanente dice. Turrell sabía todo esto ¿no crees? ha hecho un montón de estos skyviews ¿no pusiste atención al video introductorio? Entonces… vas o no vas a hacerlo y ya! Para qué le das tantas vueltas.
En fin, acostumbrado a observar mi diálogo interno y poder volver a mi respiración con relativa facilidad después de tantos años de practicar Meditación Zen, pasé (después de cerrar el grifo de mi diatriba chismosa y autocrítica) unos 40 minutos maravillado con las posibilidades de la consciencia, de la experiencia, de la percepción. Mientras contaba mi respiración dos dedos debajo de mi ombligo, unooooo, dooooooooos, treeeeeeeeeees... Imagínate, me decía por momentos, si de verdad, como los indios Sioux de norteamérica o los aborígenes australianos, saliera proyectado por ese círculo en el centro de la estructura tipo “platillo volador” y viera todo desde el cielo. El término skyview adquiriría un significado verdadero no “un lugar para ver el cielo”, sino “una experiencia para verlo todo desde el cielo”. Más que la posibilidad, me entretuvo mi convencimiento, mi certeza de una experiencia accesible, inmediata.
Lo recomiendo ampliamente.