
Leí una novela corta por curiosidad, de esas como aura o las batallas en el desierto o el viejo y el mar que se van de volada. En ella, uno de los personajes, desesperado, mandaba un mensaje atado a la pata de una paloma. Por supuesto, aunada a la incertidumbre de que el mensaje en efecto fuera recibido (sin las palomitas azules de Whatsapp que lo confirmaran), está la espera de recibir una respuesta. En su caso, al personaje le toma casi una semana volver a ver a la paloma. En su pata, encuentra un papel doblado sin escritura alguna, una carta en blanco.
Me hizo pensar que ese tiempo de espera, el que hay desde el envío hasta la respuesta, ya prácticamente no existe o, por lo menos, no existimos en él. Publicamos cosas que no son realmente preguntas o invitaciones al diálogo sino viñetas monológicas que permiten “likes”. Mandamos mensajes como si metiéramos monedas en la máquina del estacionamiento, esperamos que el boleto salga sellado en cuestión de segundos. Queremos reacciones instantáneas y las aplicaciones nos ayudan a fingir que no pasa nada entre el envío y la respuesta. Nos ofrecen pequeños divertimentos intermedios, una paloma, dos palomas, dos palomas azules. La noticia de que alguien escribe. Un círculo azul que gira sobre sí mismo, un reloj de arena que se voltea, una barra de descarga que avanza, números que muestran el total y un porcentaje. Tiempos estimados de espera. Y, no obstante, quién se detiene a mirar fijamente estas ilustraciones temporales, normalmente es tiempo "de hacer otra cosa mientras".
Yo, cuando no tengo tiempo, es decir, cuando tengo más trabajo obligado que optativo, siempre fantaseo con leer más, con escribir más, con ser más participativo en las redes. Digo, en cuanto tenga tiempo voy a escribir algo para el blog. Y luego tengo tiempo y escribo todos los días, leo todos los días y publico tanto en Facebook que me autolimito para no parecer alguien permanentemente frente a la pantalla de mi laptop. ¿Es una fiesta creativa o es el ritmo viciado de un motor intelectual? ¿Cuánto tiempo de espera tomaba recibir una carta por correo (ahora llamado) convencional? La letra manuscrita movía los hilos más finos de la presencia añorada, emocionante a un nivel insomne. Leer era el primer paso, releer el segundo, comenzar a memorizar las palabras el tercero. ¿Cuál es el tiempo justo de vida de un post de Facebook? ¿un minuto, treinta segundos?
“Esperar” se ha vuelto en nuestra vida cotidiana “a liability” como dicen en inglés, una situación no deseada, una pérdida, un lastre. Nadie, realmente, espera. Matamos el tiempo, nos ausentamos de ese tiempo insoportable que hay entre A y B, entre el tiro y el impacto, entre ordenar y recoger.
En otro libro, uno de ciencia cuántica, el autor reflexionaba sobre nuestra idea de la vida, de la naturaleza. Como seres humanos, mamíferos, cuadrúpedos, juzgamos más fácilmente “vida” y “consciencia” si podemos antropomorfizarla, esto es, si se parece a mí. Así que separamos animales de plantas, desde el sentido común, como los que se mueven y las que no se mueven (a menos que las mueva el viento). Pero ¿qué es moverse? Cambiar de locación con respecto a un tic-tac estandarizado (mismo que nos permite decir “rápido” o “lento”). La velocidad normal es la nuestra, cualquier cosa por debajo de ella es lento, cualquier cosa por encima de ella es rápido. Pero ¿qué pasa cuando decimos que algo está inmóvil? ¿realmente no se mueve? O es simplemente que se mueve a una velocidad muy por debajo de lo que llamamos “lento”. ¿Qué pasa con aquello que se mueve por encima de lo que llamamos "rápido"? Simplemente no existe, escapa a nuestros sentidos.
Robert Lanza, el autor del libro, contempla el magnífico árbol que crece en su jardín y dice: por qué juzgamos que hay en ti menos vida, menos sensación, menos consciencia y acariciamos más naturalmente a un perro porque nos responde ¿tu no respondes, árbol? ¿tu no sientes? ¿tu no te lames las heridas? Si utilizáramos una cámara de larga exposición y luego observamos el video aumentando su velocidad, vemos el crecimiento de las hojas, los movimientos de la ramas como brazos que se estiran y saludan, la transformación de la corteza, la danza de la vida tan veloz como una persecución entre dos gatos. Tu comunicación bioquímica, tu haber contemplado más de cien años de los nuestros, ¿qué es la inteligencia en una dimensión alterna a nuestro tiempo? Responder a un acertijo matemático en la milésima parte de un segundo escapa a nuestras pruebas de IQ, saber lo que sabe alguien que ha vivido una eternidad no tiene manera de documentarse.
Qué fundamental es algo tan simple como el tic tac de nuestro reloj para todo aquello que juzgamos, para la vida tal como la vivimos sin observarla de cerca: válido, no válido, pérdida, ganancia. Consciente, sintiente, inerte, lenguaje, comunicación, relación, abrazo. Se tardó en responderme, fue muy rápido, no tiene caso, falta mucho. No estoy listo, es muy pronto. De una vez, luego quién sabe. Somos seres en una dimensión del tiempo entre infinitas otras formas de organizar los cambios. A veces decimos que cuesta darse tiempo, que es difícil detenerse, que hay que bajarle al ritmo, hacerlo despacito y con consciencia.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Konstantinos Kavafis
Me hizo pensar que ese tiempo de espera, el que hay desde el envío hasta la respuesta, ya prácticamente no existe o, por lo menos, no existimos en él. Publicamos cosas que no son realmente preguntas o invitaciones al diálogo sino viñetas monológicas que permiten “likes”. Mandamos mensajes como si metiéramos monedas en la máquina del estacionamiento, esperamos que el boleto salga sellado en cuestión de segundos. Queremos reacciones instantáneas y las aplicaciones nos ayudan a fingir que no pasa nada entre el envío y la respuesta. Nos ofrecen pequeños divertimentos intermedios, una paloma, dos palomas, dos palomas azules. La noticia de que alguien escribe. Un círculo azul que gira sobre sí mismo, un reloj de arena que se voltea, una barra de descarga que avanza, números que muestran el total y un porcentaje. Tiempos estimados de espera. Y, no obstante, quién se detiene a mirar fijamente estas ilustraciones temporales, normalmente es tiempo "de hacer otra cosa mientras".
Yo, cuando no tengo tiempo, es decir, cuando tengo más trabajo obligado que optativo, siempre fantaseo con leer más, con escribir más, con ser más participativo en las redes. Digo, en cuanto tenga tiempo voy a escribir algo para el blog. Y luego tengo tiempo y escribo todos los días, leo todos los días y publico tanto en Facebook que me autolimito para no parecer alguien permanentemente frente a la pantalla de mi laptop. ¿Es una fiesta creativa o es el ritmo viciado de un motor intelectual? ¿Cuánto tiempo de espera tomaba recibir una carta por correo (ahora llamado) convencional? La letra manuscrita movía los hilos más finos de la presencia añorada, emocionante a un nivel insomne. Leer era el primer paso, releer el segundo, comenzar a memorizar las palabras el tercero. ¿Cuál es el tiempo justo de vida de un post de Facebook? ¿un minuto, treinta segundos?
“Esperar” se ha vuelto en nuestra vida cotidiana “a liability” como dicen en inglés, una situación no deseada, una pérdida, un lastre. Nadie, realmente, espera. Matamos el tiempo, nos ausentamos de ese tiempo insoportable que hay entre A y B, entre el tiro y el impacto, entre ordenar y recoger.
En otro libro, uno de ciencia cuántica, el autor reflexionaba sobre nuestra idea de la vida, de la naturaleza. Como seres humanos, mamíferos, cuadrúpedos, juzgamos más fácilmente “vida” y “consciencia” si podemos antropomorfizarla, esto es, si se parece a mí. Así que separamos animales de plantas, desde el sentido común, como los que se mueven y las que no se mueven (a menos que las mueva el viento). Pero ¿qué es moverse? Cambiar de locación con respecto a un tic-tac estandarizado (mismo que nos permite decir “rápido” o “lento”). La velocidad normal es la nuestra, cualquier cosa por debajo de ella es lento, cualquier cosa por encima de ella es rápido. Pero ¿qué pasa cuando decimos que algo está inmóvil? ¿realmente no se mueve? O es simplemente que se mueve a una velocidad muy por debajo de lo que llamamos “lento”. ¿Qué pasa con aquello que se mueve por encima de lo que llamamos "rápido"? Simplemente no existe, escapa a nuestros sentidos.
Robert Lanza, el autor del libro, contempla el magnífico árbol que crece en su jardín y dice: por qué juzgamos que hay en ti menos vida, menos sensación, menos consciencia y acariciamos más naturalmente a un perro porque nos responde ¿tu no respondes, árbol? ¿tu no sientes? ¿tu no te lames las heridas? Si utilizáramos una cámara de larga exposición y luego observamos el video aumentando su velocidad, vemos el crecimiento de las hojas, los movimientos de la ramas como brazos que se estiran y saludan, la transformación de la corteza, la danza de la vida tan veloz como una persecución entre dos gatos. Tu comunicación bioquímica, tu haber contemplado más de cien años de los nuestros, ¿qué es la inteligencia en una dimensión alterna a nuestro tiempo? Responder a un acertijo matemático en la milésima parte de un segundo escapa a nuestras pruebas de IQ, saber lo que sabe alguien que ha vivido una eternidad no tiene manera de documentarse.
Qué fundamental es algo tan simple como el tic tac de nuestro reloj para todo aquello que juzgamos, para la vida tal como la vivimos sin observarla de cerca: válido, no válido, pérdida, ganancia. Consciente, sintiente, inerte, lenguaje, comunicación, relación, abrazo. Se tardó en responderme, fue muy rápido, no tiene caso, falta mucho. No estoy listo, es muy pronto. De una vez, luego quién sabe. Somos seres en una dimensión del tiempo entre infinitas otras formas de organizar los cambios. A veces decimos que cuesta darse tiempo, que es difícil detenerse, que hay que bajarle al ritmo, hacerlo despacito y con consciencia.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Konstantinos Kavafis