“Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.”
Zygmunt Bauman
Los días sin voz pasan por su propia calle, su propia gente, su propia baldía fila de personas sin oficio (porque no lo saben, no porque no lo tengan). Encerrado en la zona de confort (el lugar menos confortable), ese pasillo hacia la oficina es un muro virtual de perfiles con los que no es necesario interactuar. Ese salón de clases es un muestrario de pontenciales argumentos etiquetados con el meme de la apatía, cualquiera de ellos, de los cientos.
El más posmoderno de los trajes es arroparse con la bandera de un estilo hiper-definido, extra-inconfundible. Nadie parece ser el mismo dentro y fuera de las redes. Dónde quedó el glamour de la batalla anarquista, el griterío megafónico de la ideología pura, el controversial arrojo de quien se muestra “como es” en cada uno de sus post y luego en la mañana los saludo con un hola y parece como si ayer no estuvimos condenando las epistemologías carniceras. Liberación. Oxidación. Extremaunción en adjetivos de otro vil recogimiento. Hoy cojo, ayer cogí, mañana cogeré. El prestigio tomó el tren de dos o tres conjugaciones verbales básicas encontradas en los viajes a Bali e Italia de una Julia Roberts terriblemente desencantada.
La zona de confort o el prisionero del espejo. Ocho mil amigos de ahora (ya no los hacen como antes) a una sola voz cantando el himno de “me gusta, me encanta, me entristece, me enoja” como el grito en forma de estadio de la fanaticada utópica del River. La disidencia es un único respiro, pero tomar aire y jadear como los haters ya no se distingue para nada. Al puro estilo de Paz y su sadomasoquismo endecasílabo digo yo: tírenme a matar para sentir un beso. Hagamos cita virtual pero calentemos sillas reales, sudemos vasos de agua con hielo mexicano y anti-gringo, estropeemos una tarde hablando de política de rancho. Si me van a dar por mi lado, sepan que soy redondo. Mejor abrácenme a ver si me abarcan o, al menos, me encaminan.
Algunos gritan para adentro de ese muro que desciende al infinito y caen por el pantano sin preguntas a una soledad sin gente sola. La diabla del XXI, perra y mala pero bien entretenida. Yo quisiera decir que grito para afuera. Hey! dónde están los ladrones ¿quién me ha robado el mes de abril? ¿qué es lo que somos amor? ¿dónde jugarán las niñas? Para alcanzarlos, mis ciento ochenta y tantos amigos incorpóreos, se necesita recurrir al viejo método de echar a perder la relación. De hacer y deshacer los lazos. Es una labor surrealista enmendar vínculos que nunca fueron tales. Barrer el plato roto en la cocina del cuadro al óleo sobre el sillón loveseat de la sala. Indicarle a Dora por dónde se fue Botas con la canasta de fresas para hacer el pastel del cumpleaños de Diego. Y bueno, de todas formas heme aquí, resucitando el género de ensayar unas palabras contra el papel inexistente que me presenta Google Docs para no escribir en nada. Como el terrible extraterrestre que toma la forma de mi padre para no hacerme morir de algún infarto (para algunos sería mejor que se presentara como Dios lo trajo al mundo).
Y por cierto Zygmunt, la verdad, te conocí por feis. Descansa en paz repost de la Babelia. Tu sí sabías a dónde vamos a parar.
Zygmunt Bauman
Los días sin voz pasan por su propia calle, su propia gente, su propia baldía fila de personas sin oficio (porque no lo saben, no porque no lo tengan). Encerrado en la zona de confort (el lugar menos confortable), ese pasillo hacia la oficina es un muro virtual de perfiles con los que no es necesario interactuar. Ese salón de clases es un muestrario de pontenciales argumentos etiquetados con el meme de la apatía, cualquiera de ellos, de los cientos.
El más posmoderno de los trajes es arroparse con la bandera de un estilo hiper-definido, extra-inconfundible. Nadie parece ser el mismo dentro y fuera de las redes. Dónde quedó el glamour de la batalla anarquista, el griterío megafónico de la ideología pura, el controversial arrojo de quien se muestra “como es” en cada uno de sus post y luego en la mañana los saludo con un hola y parece como si ayer no estuvimos condenando las epistemologías carniceras. Liberación. Oxidación. Extremaunción en adjetivos de otro vil recogimiento. Hoy cojo, ayer cogí, mañana cogeré. El prestigio tomó el tren de dos o tres conjugaciones verbales básicas encontradas en los viajes a Bali e Italia de una Julia Roberts terriblemente desencantada.
La zona de confort o el prisionero del espejo. Ocho mil amigos de ahora (ya no los hacen como antes) a una sola voz cantando el himno de “me gusta, me encanta, me entristece, me enoja” como el grito en forma de estadio de la fanaticada utópica del River. La disidencia es un único respiro, pero tomar aire y jadear como los haters ya no se distingue para nada. Al puro estilo de Paz y su sadomasoquismo endecasílabo digo yo: tírenme a matar para sentir un beso. Hagamos cita virtual pero calentemos sillas reales, sudemos vasos de agua con hielo mexicano y anti-gringo, estropeemos una tarde hablando de política de rancho. Si me van a dar por mi lado, sepan que soy redondo. Mejor abrácenme a ver si me abarcan o, al menos, me encaminan.
Algunos gritan para adentro de ese muro que desciende al infinito y caen por el pantano sin preguntas a una soledad sin gente sola. La diabla del XXI, perra y mala pero bien entretenida. Yo quisiera decir que grito para afuera. Hey! dónde están los ladrones ¿quién me ha robado el mes de abril? ¿qué es lo que somos amor? ¿dónde jugarán las niñas? Para alcanzarlos, mis ciento ochenta y tantos amigos incorpóreos, se necesita recurrir al viejo método de echar a perder la relación. De hacer y deshacer los lazos. Es una labor surrealista enmendar vínculos que nunca fueron tales. Barrer el plato roto en la cocina del cuadro al óleo sobre el sillón loveseat de la sala. Indicarle a Dora por dónde se fue Botas con la canasta de fresas para hacer el pastel del cumpleaños de Diego. Y bueno, de todas formas heme aquí, resucitando el género de ensayar unas palabras contra el papel inexistente que me presenta Google Docs para no escribir en nada. Como el terrible extraterrestre que toma la forma de mi padre para no hacerme morir de algún infarto (para algunos sería mejor que se presentara como Dios lo trajo al mundo).
Y por cierto Zygmunt, la verdad, te conocí por feis. Descansa en paz repost de la Babelia. Tu sí sabías a dónde vamos a parar.