
Sobre Tzvetan Todorov,
Antonio Muñoz Molina
Curiosamente coinciden las notas de mi paso por el tiempo (una forma de apropiar este sendero y no decir “el tiempo pasa por nosotros”), en sentido literal notas mentales o escritas en pantalla o con la mano. Coinciden. Es decir vienen doblándose en un mismo sentido hasta parecer la flor cerrada al culminar la cuenta en un atardecer. El epígrafe de arriba fue un curioso despertar a una sola voz, la de todos los creadores reflexivos, hombres de su tiempo y de su espacio. Siempre he dicho lo dicho por Tzvetan. Todo dogmatismo es un error. Una caída. La consecuencia de pulir en demasía el suelo donde piso, una oda al fundamento, un sabotaje en la forma de sendo resbalón y madrazo en seco. ¡Suelo! Podrían gritar algunos.
Pero del cliché de las caídas nace, como de la costilla adánica el momento de ponerse en pie de nuevo. Así nuevo y nuevamente en pie, podemos elegir otro camino o bueno el mismo si queremos. Eso pasa.
Hoy estuvimos conversando en Cuadrante Creativo, un espacio presentado como geometría euclidiana pero en realidad orgánico círculo del diálogo. El tema fue activismo y arte o “artivismo” un portmanteau (palabra compuesta indivisible) que representa y habla por las ideologías de los márgenes. Por las causas conferidas a la sombra, desde el centro, de dónde más, desde el poder pues ¿si no cómo le decimos?
Nuestro intercambio ha sido en sí un estar activos, entre la crítica de todos los discursos y la definición de las palabras, las muestras fehacientes de semillas de cambio sembradas en tierra baldía (en el sentido T. S. Eliot de la frase). El arte comunica, es lenguaje desdoblado, y lenguaje al fin y a los principios del mensaje. Ser activistas es movilizar los cuerpos en su justa polisemia, en colectivo, “el arte por el otro, para el otro, con el otro” dice un gráfico de El Dante y de Gran Om (paráfrasis onírica).
Y sí, confrontamos la crítica de afuera y desde adentro, desde los márgenes y el centro, la identidad repuesta y la política indispuesta. Occidente, septentrión y meridión. Hablamos acerca de hacer visibles las causas, las vidas, las muertes, las agresiones físicas, la carga discursiva de la rabia. En el fondo coincidimos en valorar, por sobre el baile borroso de las categorías, el hacer y el decir en el sitio donde vale recomponer los símbolos y el rumbo. Las acciones sólo reproducen el fantasma del centro con el rostro del margen si son irreflexivas. La reflexión es ectoplasma puro sin el contacto de las manos que se tienden entre sí, de los pies acompasados en la marcha, de las voces denunciantes y cantantes. Nunca la belleza (a decir de Luis Eduardo Aute) debería hundirse en el asfalto, no hay mejor indicador de la desesperanza del vencido que el despojo del ánima del arte y la poesía de los pueblos.
El arte es compañía fundamental del caminar pausado y la carrera intensa de las voces disidentes, porque recuerda el error que es la vida sin los colores vívidos de todos los momentos compartidos. Escuchar, sentir, ver el conflicto de los otros abre un nosotros pálido, incipiente, pero con potencial de prender fuego a la ignorancia. No se trata de acabar con nuestros símbolos, se trata de decirnos juntamente “tenemos el derecho a cavar muy en el fondo y cambiar cada cimiento”. Podemos ser y no podemos remediarlo. Pero podemos olvidarnos en el reduccionismo de la identidad pirata de este siglo, que somos y no soy, tan solamente. Y para ser así, en realidad, no se trata de encontrar grandes respuestas sino dejar caer pequeños muros. Como el del Berlín a martillazos, el diálogo asesta varios golpes al encierro, hacer por ti quebranta la estructura del mercado. Hacer por cada uno haciéndolo por todos, deshace la semántica oficial resumida en “sepáralos y véndeles barreras con la moda y el escándalo del circo”. El yo nunca será otro, mientras todo sea por mí, conmigo y para mí.
Lógica impecable como la de Tzvetan Todorov. Curiosamente el viento mueve en danza a los papeles vagos de mis notas. Parecen la versión minimalista de una coreografía tan clásica como notar de pronto un hilo conductor en nuestras vidas. El dogma es un error mientras la vida acierta a dialogar constantemente. Nada es definitivo. Por eso la foto del agua no fluye entre las rocas, ni el mapa de las calles tiene gente caminando sobre él...