Escuela de Ciencias Antropológicas,
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Soneto en pólvora

1/3/2017

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Perder perdido es holocausto mudo
Telón abierto de la voz acústica
Caos de papel donde tu nombre pudo
trozar la flor de mi nobleza rústica

Acantilado a donde el tiempo frota
su lomo decimal frágil de gato
Me extraña cuando te amo por un rato
y luego albergo larga la derrota

Vas a inventar relámpagos sin dueño
para casi cristal romperme el ave
volante hacia tu páramo de ensueño

Tenías que haberme guiado por locura
por la vereda ruin en donde sabe
​
tu piel fugaz a dinamita pura



         Cuando estudié literatura, aquí y allá advertían mis maestros, nunca dar explicación sobre un poema. Este blog, a diferencia, es un espacio donde caben algunos pensamientos deshilados. Dedico este soneto a la total incertidumbre. A las palabras bajas dichas antes de escucharnos. Al temor desenfundado. A la derrota de esperar una respuesta a una pregunta nunca hecha. A la ilusión partida entre saber y no quererlo. Entre los planes de defensa, a veces, está cerrar los ojos y cambiar todos los nombres. 


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Agua distinta

12/30/2016

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Hoy escucho dos momentos de memoria, como líquidas escenas van y vuelven, indistintas originan este texto. Uno es la frase de un amigo. Comentada en la breve descripción de mí mismo en este blog. Tú quieres estudiar el lenguaje para saber qué pedo con la poesía. El otro momento es con uno de los grandes amores de mi vida. Ayer me dice. Cómo ha cambiado tu forma de escribir, como que antes estabas enojado o algo así. Estas dos frases me hicieron pensar en un pequeño reto, el de expresar en breves palabras el transcurso de estos años en la forma de mi respuesta a la pregunta ¿qué pedo con la poesía?
Tres figuras recurrentes hay en los ensayos, las reseñas y la poesía sobre la poesía. Una la recuerdo mejor con Rimbaud. Donc le poète est vraiment voleur de feu (entonces el poeta es realmente ladrón de fuego). Las otras dos son casi obligación de nuestra plataforma metafísica, esa hecha con los palos de los muebles de la realidad perdida, una vez abierta la cajita de huracanes de los versos pero, sobretodo, de los infiernos de los versificadores. El poeta es doble de sí mismo, la poesía nace de la batalla interna. Por otra parte, la poesía es distinta a la realidad. El poeta suspende su persona para encontrar su horizonte. Su horizonte es él, pero ya sin nombre de persona, ya esencia de persona resonando en el drama vertical del mundo.
A la manera de la Poética de Bachelard, el Arco y la Lira de Paz y el Ángel Necesario de Massimo Cacciari, hablar de poesía parece imantarse como es inevitable a los metales. Surgen versos, retórica de la ensoñación, estética del agua distinguiéndose del agua y también como Lezama Lima, no hay forma de afirmar al mundo poético tal como se afirman las cosas de este mundo. Ahí está la puerta de la calle. La sandía que me pediste la dejé sobre la tabla de picar.
Hoy lo veo así. Nadie es realmente doble de sí mismo. La batalla se lidia entre la lengua escrita y la experiencia. Caballo desbocado de toda percepción de los sentidos, sujeto como broma por un listón de seda. Poco hacen las palabras con la vida, casi nada con aquellos que saltan por la barda. Sí. La poesía nace de un más (+), por decir lo menos. Pero no es un más allá sino un más acá. Una observación atenta de la flor revela en otra dimensión (de las muchísimas) que una rosa es una rosa es una rosa es una rosa. La realidad de prometeo era + fuego. La metáfora señala a esa extra-percepción donde la urdimbre de la vida se deja ver en un ángulo espontáneo de la luz. Hay algo más. El poeta quiere poseerlo, pero no puede, está en el mismo mar donde el agua no es de nadie.
Entonces las batallas son dos y una. Es cierto el forcejeo por conocer un paraje, una danza, otra belleza distinta a la palabra belleza y sus tantas oraciones dedicadas. No poderlo decir, no encontrar cómo decirlo. Ponerla en rostros conocidos, rostros nuevos. Buscarla en brazos o piernas o recónditos lugares. Turismo espontáneo, baile sin guión, beso de alas de cera. No podemos poseer la partitura, ese florecer irrepetible siempre está tocándose. Desaparece con la alerta de algún observador que lo razona.
La poesía, su ámbito, su espina, su motor es prisma lingüístico de la aparente media luz. Iluminando un cotidiano y material reloj de arena. No está en otro lugar, no es ficción (a menos que contenga dragones y marcianos). Es idéntica al poeta que es el agua interesada en ella misma, descubriendo un agua inmensa como el cuerpo sin principio. El mar para la ola. El mar para las otras olas. Un todo inexpresable en palabras de corte y confección de la cultura. De la persona histórica, del vicio de carácter. Perdido y reencontrado. El drama de la ola no es del mar, pero el afán de embotellarlo no termina.


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Contacto

12/26/2016

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PictureFuente: Shutterstock
        Un día parecido a éste, en la playa, vimos mantarrayas. Aves de agua o pájaros de abismo surcando la espuma a la orilla del mar. La reacción común es dilatarse las pupilas y tensarse los músculos del cuerpo, ritmo cardíaco acelerado. Después, en esa segunda elección dada por el afiche deslavado del instinto (somos de la costumbre y no del grito felino), no se me ocurre una razón para temerles. Yo y ellas tenemos ya una relación de años, arrastro los pies en la arena, las cuido de mis distracciones. Y se acercan cada vez más abriendo sus bocas elípticas en el más extraño de los saludos matinales. Bailan, surcan, se hacen los ángeles y luego vuelven a ser mantas frías. No puedo evitar el trémulo y el gesto enrarecido cuando me tocan las piernas con sus alas viscosas. Trato, con todo mi ser, de no enterarlas de mi opinión sobre su piel. Su intención ha de ser noble, el contacto entre cualquiera de nosotros es la tonalidad en la que vibra el mundo. Buscamos entidades físicas el roce o la mirada. Sus ojos son pequeños. En esa mínima expresión veo una gracia difícil de olvidar. Quien tiene el brillo vivo (o el duende o un no sé qué que queda balbuciendo) atrapa en otro sentido al de la red tan burda de polímero.
Yo en mi vuelo con ellas y las personas llegando poco a poco más. Noto un miedo heredado en los ojos de los niños en sus trajecitos de neopreno. Papá, son mantarrayas. Y otra vez, para mi elocuente misántropo (terapeado mas no ausente), el papá sugiere piedras que las corran de la playa. Los niños se animan con su nueva tarea y yo absorto en el show de otro zoológico intrigante. Para nuestra suerte, su potencial de disparo es infantil y los papás no participan. Se resignan, como pensando algo absurdo. Qué lástima que las mantarrayas invadan nuestra playa. Ajá. Podrían estar cada una en casa de coral, en el fondo, invisibles como el resto de la vida marina, vista solo a nuestro antojo. Cuál culpa esencial alimenta el terror a estas criaturas. Cómo  tener una diálogo sin pena cuando la educación de la vida marina es gastronómica.
Tal vez, en el fondo, sentimos una deuda con el mar y nuestro callado instinto dicta, si lo matas te odia. Está esperando una ocasión para cobrarse la masacre. Y sin embargo el mar no es el planeta de los simios, y no obstante las mantas se acercan y bailan. Aun cuando a lo lejos, dos personas y su creatividad de ingenieros de la caza, traen un cuchillo amarrado a una vara con no sé qué intención pero de matar seguro. Ella, una muchacha de mi lado del mundo, los ahuyenta. Qué les pasa, reclama, están en peligro de extinción, para qué esta violencia. Ni wikipedia ni google entero tienen argumentos a favor, la especie de mis compañeras ha de ser común, se cuentan por miles, supongo. Pero quién escucha el frágil argumento de la paz. 
Ni siquiera es una causa, a mí me duele, a otros no. Hay que inventar ecología, veganismo, conservación de las especies. Hay que inventar algo, lo que sea, para hablar en vocablos 
de espectacular o pasarela. Hace falta poner de moda la empatía. No hay suficientes anuncios de la tierra, de la consciencia colectiva, del lenguaje común hablado por la vida.
​Algunos traducimos gritos en silencio. Interpretamos lamentos sin fonología. Explicamos la semántica de la libertad. En un esfuerzo por rasgar la red de protección del soliloquio, ahorcamos en latín a status quo.


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Espera

12/23/2016

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Leí una novela corta por curiosidad, de esas como aura o las batallas en el desierto o el viejo y el mar que se van de volada. En ella, uno de los personajes, desesperado, mandaba un mensaje atado a la pata de una paloma. Por supuesto, aunada a la incertidumbre de que el mensaje en efecto fuera recibido (sin las palomitas azules de Whatsapp que lo confirmaran), está la espera de recibir una respuesta. En su caso, al personaje le toma casi una semana volver a ver a la paloma. En su pata, encuentra un papel doblado sin escritura alguna, una carta en blanco.
    Me hizo pensar que ese tiempo de espera, el que hay desde el envío hasta la respuesta, ya prácticamente no existe o, por lo menos, no existimos en él. Publicamos cosas que no son realmente preguntas o invitaciones al diálogo sino viñetas monológicas que permiten “likes”. Mandamos mensajes como si metiéramos monedas en la máquina del estacionamiento, esperamos que el boleto salga sellado en cuestión de segundos. Queremos reacciones instantáneas y las aplicaciones nos ayudan a fingir que no pasa nada entre el envío y la respuesta. Nos ofrecen pequeños divertimentos intermedios, una paloma, dos palomas, dos palomas azules. La noticia de que alguien escribe. Un círculo azul que gira sobre sí mismo, un reloj de arena que se voltea, una barra de descarga que avanza, números que muestran el total y un porcentaje. Tiempos estimados de espera. Y, no obstante, quién se detiene a mirar fijamente estas ilustraciones temporales, normalmente es tiempo "de hacer otra cosa mientras".
    Yo, cuando no tengo tiempo, es decir, cuando tengo más trabajo obligado que optativo, siempre fantaseo con leer más, con escribir más, con ser más participativo en las redes. Digo, en cuanto tenga tiempo voy a escribir algo para el blog. Y luego tengo tiempo y escribo todos los días, leo todos los días y publico tanto en Facebook que me autolimito para no parecer alguien permanentemente frente a la pantalla de mi laptop. ¿Es una fiesta creativa o es el ritmo viciado de un motor intelectual? ¿Cuánto tiempo de espera tomaba recibir una carta por correo (ahora llamado) convencional? La letra manuscrita movía los hilos más finos de la presencia añorada, emocionante a un nivel insomne. Leer era el primer paso, releer el segundo, comenzar a memorizar las palabras el tercero. ¿Cuál es el tiempo justo de vida de un post de Facebook? ¿un minuto, treinta segundos?
    “Esperar” se ha vuelto en nuestra vida cotidiana “a liability” como dicen en inglés, una situación no deseada, una pérdida, un lastre. Nadie, realmente, espera. Matamos el tiempo, nos ausentamos de ese tiempo insoportable que hay entre A y B, entre el tiro y el impacto, entre ordenar y recoger.
    En otro libro, uno de ciencia cuántica, el autor reflexionaba sobre nuestra idea de la vida, de la naturaleza. Como seres humanos, mamíferos, cuadrúpedos, juzgamos más fácilmente “vida” y “consciencia” si podemos antropomorfizarla, esto es, si se parece a mí. Así que separamos animales de plantas, desde el sentido común, como los que se mueven y las que no se mueven (a menos que las mueva el viento). Pero ¿qué es moverse? Cambiar de locación con respecto a un tic-tac estandarizado (mismo que nos permite decir “rápido” o “lento”). La velocidad normal es la nuestra, cualquier cosa por debajo de ella es lento, cualquier cosa por encima de ella es rápido. Pero ¿qué pasa cuando decimos que algo está inmóvil? ¿realmente no se mueve? O es simplemente que se mueve a una velocidad muy por debajo de lo que llamamos “lento”. ¿Qué pasa con aquello que se mueve por encima de lo que llamamos "rápido"? Simplemente no existe, escapa a nuestros sentidos.
    Robert Lanza, el autor del libro, contempla el magnífico árbol que crece en su jardín y dice: por qué juzgamos que hay en ti menos vida, menos sensación, menos consciencia y acariciamos más naturalmente a un perro porque nos responde ¿tu no respondes, árbol? ¿tu no sientes? ¿tu no te lames las heridas? Si utilizáramos una cámara de larga exposición y luego observamos el video aumentando su velocidad, vemos el crecimiento de las hojas, los movimientos de la ramas como brazos que se estiran y saludan, la transformación de la corteza, la danza de la vida tan veloz como una persecución entre dos gatos. Tu comunicación bioquímica, tu haber contemplado más de cien años de los nuestros, ¿qué es la inteligencia en una dimensión alterna a nuestro tiempo? Responder a un acertijo matemático en la milésima parte de un segundo escapa a nuestras pruebas de IQ, saber lo que sabe alguien que ha vivido una eternidad no tiene manera de documentarse.
    Qué fundamental es algo tan simple como el tic tac de nuestro reloj para todo aquello que juzgamos, para la vida tal como la vivimos sin observarla de cerca: válido, no válido, pérdida, ganancia. Consciente, sintiente, inerte, lenguaje, comunicación, relación, abrazo. Se tardó en responderme, fue muy rápido, no tiene caso, falta mucho. No estoy listo, es muy pronto. De una vez, luego quién sabe. Somos seres en una dimensión del tiempo entre infinitas otras formas de organizar los cambios. A veces decimos que cuesta darse tiempo, que es difícil detenerse, que hay que bajarle al ritmo, hacerlo despacito y con consciencia.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Konstantinos Kavafis

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Las emociones privadas

12/19/2016

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“It's a private emotion that fills you tonight
And a silence falls between us as the shadows steal the light
And wherever you may find it wherever it may lead
Let your private emotion come to me“

(The Hooters, 1993)


    A finales de los años noventa, escuchaba esta canción en la voz de Ricky Martin y Meja, cantante sueca que hacía los coros. Como todo en la vida, la resonancia invisible es parte de un plan, nos acercamos a aquello que nos acerca a nosotros, retornamos al camino que nos lleva de regreso a nuestro origen. Años después, ahora, me doy cuenta de que ninguna emoción es privada.
    Somos, como decía Octavio Paz, los otros que no son si no existimos, los otros que nos dan plena existencia. En el cine, por ejemplo, algunos están conmovidos por la escena más sutil a favor de la conservación de las especies, de la fraternidad, de las heridas que deja la discriminación, mientras otros ríen por el chiste que son las moralejas muchos años después de la muerte de Esopo. Antes esto me parecía de lo más vano, increpaba mentalmente la falta de sensibilidad, la barbarie emocional. En una pasiva violencia, como Sheldon tratando de hacer explotar la cabeza de Leonard, miraba a los cínicos con desprecio aristocrático.
    No es que crea hoy que toda expresión emocional es o debería ser del dominio público. El secreto romántico, murmurar frases de saliva en el oído de una o uno, sigue siendo como dice García Lorca, la nota negra que despierta al duende. Sin embargo, la no privacidad de la emoción está en todos los colores, en la diversidad de reflejos que la luz del sol estalla en la copa de los árboles. Para mí es un delirio, para ti es un orgasmo, a unos roba el aliento a otros mata el ánimo. El atardecer puede fungir como capa dorada para otro complaciente sueño de los justos o como lápida cobriza en la persecución de la eficiencia empresarial. Unos contemplan, otros lamentan pero, cuando este mira a aquel ¿por qué hay conflicto? Nace la envidia indistinta como un elemental trago de fuego. Sentir es sentir, nada más, yo lloro porque soy yo y no soy tú que ríe, y sin embargo mi llanto y tu risa son tan fundamentales para este baile de luces que no podemos faltar a la cita de cumplir con nuestro propio desahogo.
“To feel is to heal”, dicen en las páginas de terapias del pasado en internet. Así que la emoción privada es precisamente eso, emoción encadenada. Privada de su cauce intravenoso en este cuerpo lleno de otros que soy yo. Si lo siento yo, lo sentimos todos, y todo lo que somos es justo lo que somos. No puede caber menos en nuestras expresiones, en nuestras conecciones, en las miradas cruzadas que determinan solas en una encrucijada si se quedan o se van. No hay espacio donde el presente sea algo menos que nosotros, sintiéndonos algún rayo de luz, el de las hojas que no caen, el de la tierra seca, el del agua divina o el de tu espalda llena de lunares.
Pero, debería estar feliz, sentir distinto o no sentir. Debería sentir lo mismo u otra cosa, debería estar igual o de otra forma. ¿Y si todos camináramos en la misma dirección? ¿y si toda la sangre decidiera un día alimentar sólo al cerebro? ¿y si toda la luz iluminara un mismo punto? El verbo ser es el peor maquillaje que produjo el siglo XX. Qué difícil es para nosotros realizar la más simple de todas las acciones sin tratar de disfrazarla.
​Soy yo el que estoy aquí, así, completamente.

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No me preguntes quién

12/17/2016

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Pensé ¿y si alguien preguntara como son sus ojos? y esta es la respuesta más certera que pude formular.
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Tu mirada es legendaria
dos ojos son motivo de intensos vaticinios
Los oráculos trabajan todo el día
en el calendario del augurio de tus párpados
¿Qué será la noche trás el negro más ansiado por los astros?
La cósmica gota
dos puntos finales
a una impresión de muerte voluntaria

Calma y luego fuego fascinante en sombra 
dobles apuestas por el oscuro amanecer que silba
una melodía decimal en tus pestañas
Perseguido por el faro policiaco de este arresto
miro debajo una advertencia blanca
​
Hacerte sonreír
cuesta la vida

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Piedra basáltica

12/12/2016

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Dos conceptos me han estado rondando la cabeza: el amor y la libertad. Se me ocurren frases de esas que en inglés llaman “catchy”, un adverbio parte de la feria anglosajona de nombrar toda percepción y sensación, que significa algo como “que atrapa”. Entre estas frases que atrapan, me vino a la mente “¿Qué es el amor sin libertad?” y, claro, su correspondiente “¿Qué es la libertad sin amor?”. La primera, para mí, implica que el apego crece como la hierba (si la hierba fuera instantánea) y nos apresa en el juego del cálculo, del plan, del no me imagino qué sería sin ti, sin esto, si no fuera como ahora. Implica que el amor es una experiencia y no un estado, un ser en un momento sin fronteras y no un deber ser con duración ya programada. Como si fuera extraño o prohíbido preguntar —ok, ayer me amabas pero ¿hoy me amas?—. Soy, como casi cualquiera que lea esto, un naúfrago, un explorador de aguas profundas o un surfista de oleaje alto. Y  sé, porque el corazón tiene memoria descortés y a raja tabla, que el amor es casi siempre el recuerdo de un álgido momento que permea los momentos más comunes y los bajos. Como una reunión en la cantina con amigos es la negociación que compartimos alrededor de revivir esa explosión de risa loca que sucedió por un instante. Todo es un querer volver y la meta perseguida casi no tiene dimensiones. Es un punto en una escala atemporal.
                No obstante, la otra frase no tiene esa retórica del pez que salta de una pecera a otra y, en su atrevimiento, llega a una meta idéntica al origen. La libertad sin amor es una trampa simple, como el sol sin calor o como el mar sin agua. No existen. Así para ser libre hay que amar, primero todo que lo soy, sin condiciones y después todo lo que somos, sin separaciones. La libertad no implica ignorar el agua si nado, o la tierra si camino. Me sumerjo y tomo aire, empujo mi pie contra el suelo para avanzar mi cuerpo. Lo hago todo sin preguntas, sin razones y sin metas, como cuando digo quisiera estar así contigo para siempre, nada más así, mirándonos.
                ¿Con qué elementos, guiños, datos, numerología fantasma, calendáricas fórmulas de aves de paso podría haber calculado que ese día, conocería a un hombre que transformó un esqueje de piedra basáltica en una figura de tan voraz significado? Cómo saberlo, cómo anticipar que te conoceré. A ti, la que tal vez al llegar con tus pies talles el suelo frío y con tus manos hagas guirnaldas amarillas en donde en apariencia solo hay aire. Cómo saber que sabré reconocerte y entre tus dedos caiga la arena de un momento despertar y ver tus ojos, cuando ya se está fundiendo mi razón con la cera caliente de tu aliento.
                Espero ser libre para verte y para estar completamente. Tener la libertad de ya no verte y seguir completamente. Y todo yo moverme si te sigo. En fin, las cosas que provoca un corazón tallado en piedra.

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    Yo

    Este blog es para mí una hoja de escritura. Me gusta escribir desde siempre y el tiempo se deja caer de una forma sutil en las palabras. La poesía es mi forma favorita, aunque es cadencia y color más que forma. Un amigo me dijo que había estudiado lingüística para entender poesía, ahora creo que trataba de entenderme a mí mismo para abrirme al verso. Hoy tengo una pasión que rima, opina, se queja y da la vuelta. Bienvenida tu voz en estas frases.

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