
Ella es Ángela. Han pasado siete años. De vez en vez recibo una carta suya, pienso en esos verdes lomos de los montes ecuatorianos. Me hace recordar el olor de una región desconocida, envuelta en la osadía llena de colores de la infancia. A veces, no obstante, la noticia es de la organización que hace los cargos a mi tarjeta de crédito.
A veces, no sé por qué, les cuesta cobrar la mensualidad. Pienso en ella. ¿Le llegará la noticia? ¿le avisarán? Este mes no tienes el apoyo de tu padrino, se olvidó de ti. Por supuesto dramatizo todo el acto. Ella cabizbaja solloza, luego voltea y le dice a su hermana mayor ¿de veras se olvidó de mí?
Luego despierto. Por favor, no puede ser así, tendrán algún guardado en estos casos. Inmediatamente reviso la información de pago y mando algo extra por las molestia que pude haber ocasionado. Hace mucho no le escribo, pero leo sus cartas. Automaticé los montos extras para navidad, pascua y su cumpleaños.
Sí, no soy un buen padrino, mea culpa. Cuando vi las fotos en mi cuenta, en el sitio de la organización, y las imaginé dispuestas más o menos como las he acomodado ahora, una conmoción me abrazó todo. Han pasado siete años. De cariño intermitente, de interés intermediario, de intermedios insufribles (un verano olvidé pagar por cuatro meses). Siete años de hacer a cuenta gotas, pero hacer.
Mi personalidad es más fácil describirla en números que en letras. Soy una secuencia de pares donde cada número es igual al anterior. No hay transiciones finas, hay paquetes entregados, acciones en registros: 22, 44, 66, 88. No existe el polvo incierto de los decimales, ni las fracciones, ni los permisivos signos matemáticos de dudosas restas y apesadumbradas sumas. Es decir, solía no hacer nada sin planear todo el sentido, el inicio y el fin, el balance de ganancias. La contundente ontología del producto.
Poco a poco he caido de la red de la cuadrícula chica donde escribo en apretado español. Ahora, sé cuánto sentido hay en no pensar en nada, como dice Alberto Caeiro. Cuánto sentido hay en cambiar hábitos más que en cambiar rumbos. Diario afán. Cuánto mérito tiene el Guardador de Rebaños. El único misterio es no haber misterio alguno. Quien está al sol y cierra los ojos, empieza a no saber lo que es el sol y a pensar muchas cosas llenas de calor.
La vida es nado. El agua es tiempo. Nuestras brazadas a consciencia y crecimiento. Pasa una eternidad para volver a la más simple respuesta. Nadar es avanzar, respirando. Ni estático ni agotador esfuerzo. La indiferencia y la prisa nos escudan del presente. Salidas rápidas, revoluciones álgidas, quiebres tempestuosos. Escusas temporales. Al fondo, como en un lugar donde la física del ruido es solo un cuento, alguien observa, se mantiene sano y ayuda cuando puede.
La orilla y el punto de partida son el mismo lugar en el que estamos. Hoy agradezco mi pequeña acción olvidadiza, me ha enseñado el jardín de Don Hilario (un hombre sabio que habla con las plantas). Por ese diálogo espléndido que no pretende nada. Cuando la vida escucha.
A veces, no sé por qué, les cuesta cobrar la mensualidad. Pienso en ella. ¿Le llegará la noticia? ¿le avisarán? Este mes no tienes el apoyo de tu padrino, se olvidó de ti. Por supuesto dramatizo todo el acto. Ella cabizbaja solloza, luego voltea y le dice a su hermana mayor ¿de veras se olvidó de mí?
Luego despierto. Por favor, no puede ser así, tendrán algún guardado en estos casos. Inmediatamente reviso la información de pago y mando algo extra por las molestia que pude haber ocasionado. Hace mucho no le escribo, pero leo sus cartas. Automaticé los montos extras para navidad, pascua y su cumpleaños.
Sí, no soy un buen padrino, mea culpa. Cuando vi las fotos en mi cuenta, en el sitio de la organización, y las imaginé dispuestas más o menos como las he acomodado ahora, una conmoción me abrazó todo. Han pasado siete años. De cariño intermitente, de interés intermediario, de intermedios insufribles (un verano olvidé pagar por cuatro meses). Siete años de hacer a cuenta gotas, pero hacer.
Mi personalidad es más fácil describirla en números que en letras. Soy una secuencia de pares donde cada número es igual al anterior. No hay transiciones finas, hay paquetes entregados, acciones en registros: 22, 44, 66, 88. No existe el polvo incierto de los decimales, ni las fracciones, ni los permisivos signos matemáticos de dudosas restas y apesadumbradas sumas. Es decir, solía no hacer nada sin planear todo el sentido, el inicio y el fin, el balance de ganancias. La contundente ontología del producto.
Poco a poco he caido de la red de la cuadrícula chica donde escribo en apretado español. Ahora, sé cuánto sentido hay en no pensar en nada, como dice Alberto Caeiro. Cuánto sentido hay en cambiar hábitos más que en cambiar rumbos. Diario afán. Cuánto mérito tiene el Guardador de Rebaños. El único misterio es no haber misterio alguno. Quien está al sol y cierra los ojos, empieza a no saber lo que es el sol y a pensar muchas cosas llenas de calor.
La vida es nado. El agua es tiempo. Nuestras brazadas a consciencia y crecimiento. Pasa una eternidad para volver a la más simple respuesta. Nadar es avanzar, respirando. Ni estático ni agotador esfuerzo. La indiferencia y la prisa nos escudan del presente. Salidas rápidas, revoluciones álgidas, quiebres tempestuosos. Escusas temporales. Al fondo, como en un lugar donde la física del ruido es solo un cuento, alguien observa, se mantiene sano y ayuda cuando puede.
La orilla y el punto de partida son el mismo lugar en el que estamos. Hoy agradezco mi pequeña acción olvidadiza, me ha enseñado el jardín de Don Hilario (un hombre sabio que habla con las plantas). Por ese diálogo espléndido que no pretende nada. Cuando la vida escucha.